sábado, enero 17, 2009

ESTUDIO DE EVANGELIO DE San Juan (1, 35-42)







Juan 1, 35 - 51
O de Berranger: Cap. 3, p. 18 (San Juan 1, 35-51)

Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?».
«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.
Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme».
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret».
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez».
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera».
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía».
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».


Llamado de los primeros discípulos (1, 35-51)
O. de Berrager, Cap. 3, p. 18

En este pasaje, vemos la gran frescura de los inicios. Un carácter juvenil, no solamente a causa de la edad de las personas que ahí se interpelan una a la otra, sino de la amistad naciente entre Jesús y estos primeros compañeros galileos que lo conocen y van a unirse a sus pasos. Todo pasa en la mirada: Jesús ve que lo siguen… Mirándolos fijamente, Jesús dice… Jesús ve a Natanael que viene hacia él… Cuando estabas debajo la higuera, te vi. Estos hombres, a su vez, son llamados a “venir y ver”.
«¿Qué quieren?»
«Rabbí, ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán»
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
Era alrededor de las cuatro de la tarde.

¿Qué quieren? Estas son las primeras palabras que salen de la boca de Jesús en este evangelio. Además de a sus primeros interlocutores, se dirigen a todos aquellos que, como nosotros, leemos estas páginas. “¿Qué quieren?”, es decir, “¿Qué buscan?” o “¿Qué desean?” Pregunta que será de nuevo planteada por Jesús a María Magdalena, de manera más personal, al final de este evangelio: ¿A quién buscas?” (20,15). Y si se trata de búsqueda, él mismo revelará, en su diálogo con una mujer de Samaria que había venido a sacar agua del pozo de Jacob, que ésta no es solamente acción de hombres y mujeres en este mundo, sino que Dios mismo “busca”, entre ellos, “a quienes lo adoran en espíritu y en verdad” (4,24).
Este primer diálogo completo comprende tres veces el término quedarse o permanecer, con cierto juego entre la permanencia del Verbo en medio de los hombres y su permanencia oculta en el seno del Padre (1,18). Ante su invitación, ellos –dos hombres, entre ellos Andrés, que hasta ahora escuchaba las enseñanzas del Bautista- “vinieron” a él y lo “vieron”. Vinieron a aquél que ilumina a todo hombre que viene a él en el mundo. Se dejaron iluminar por la luz del mundo, Cristo (cf. 1,9; 8,12).

¿Qué “vieron” y oyeron aquel día, hasta las cuatro de la tarde? El testigo no dice nada al respecto. Se conforma con terminar este recuerdo con la anotación de la hora tardía. De un cabo al otro de su evangelio, una mención discreta del testigo anónimo permitirá asegurar a este escrito la autenticidad de una narración grabada en la fidelidad de su memoria viva.

“Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo”.
“…aquel de quien se habla en la Ley de Moisés
y en los Profetas.
Es Jesús, el hijo de José de Nazaret”.

Buscar… encontrar: se esboza un matiz entre la primera exclamación de Andrés, que va a buscar a su hermano Simón, y la de Felipe cuando encuentra a Natanael. Andrés expresa la dichosa sorpresa de un descubrimiento totalmente dado, incluso si era oscuramente una búsqueda. Felipe, todavía más entusiasta, expresa en primer lugar el sentimiento de una larga búsqueda ya satisfecha, no sólo suya, ni siquiera sólo de los primeros discípulos, sino la del pueblo alimentado desde generaciones por la ley de Moisés (1,17), y de los profetas que no dejaban de recordarles el sentido de este hecho.

Este sentido, para Juan y para los autores del Nuevo Testamento, es Jesucristo. Según ellos, Moisés y los profetas lo tenían en perspectiva. La ley misma encerraba de manera oculta al Verbo que a partir de ahora se manifiesta en la persona de Jesús, hijo de José, de Nazaret. Entre la ley y Jesús, Andrés, que oyó el testimonio del Bautista y vio dónde vivía Jesús, discierne la mediación del “mesías”: ya no sólo el pueblo profético, real y sacerdotal, ya no “ungidos de Yahvé” dispersos en el tiempo y las instituciones de Israel, sino Jesús mismo, el “cristo” sobre quien descendió y permaneció el Espíritu.

Desde que “fijó su mirada” en Simón, Jesús lo llama Cefas, que significa Pedro [Piedra]. Lo llama precisándole de entrada su misión, incluso si ésta deberá explicitarse después. ¿Acaso no es la primera vez en la historia que el nombre de “piedra”, tradicionalmente reservado a Dios, se atribuye a un hombre? Jesús no diviniza a Simón. Le indica dónde poner su confianza. Desde ahí, Jesús ya “conoce a los suyos” (10,14). La fe de quienes se le acercan surge de este encuentro transformador con él. Este encuentro asume, unifica y transforma en potencia la existencia de aquellos que, al escucharlo, se vuelven disponibles para seguirlo. El primado de Pedro es bien conocido para los lectores al momento en que Juan redacta su evangelio. Pero lo que Mateo sitúa después de la confesión de Cesarea (Mt 16,18), Juan tiene a bien mostrarlo al principio, en esta narración de vocación.

Te vi debajo de la higuera. Natanael es un israelita un hombre sin doblez. Él revela sin complejo sus prejuicios: ¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Pero sobre todo, le gusta “escudriñar las Escrituras” bajo la higuera, lugar simbólico del estudio atento de la Palabra en el mundo judío. Este estudio es lo que debe conducir a reconocer a Cristo Jesús: Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesus responde a esta exclamación dirigiéndose, más allá de la persona de Natanael, a todos los discípulos que lo seguirán: Verás cosas más grandes todavía. Es la decimoprimera vez que el verbo “ver” es utilizado en este pasaje, subrayando que el encuentro con Jesús, siempre que uno permanezca ante él, hace más que cumplir un deseo, “supera infinitamente al hombre” (B. Pascal). Todo esto nos invita a buscarlo, a salir, a oír que él nos llama, a venir a él, a verlo y a quedarnos con él. Luego será necesario empezar a subir la escalinata entre el cielo y la tierra que viera Jacob desde mucho tiempo antes (Gn 28,10-17), dejándonos guiar por el Hijo del hombre, primer título que Jesús se da a sí mismo.