miércoles, marzo 25, 2009

CUARESMA

Va un buen video sobre la cuaresma, puede ser útil para nuestras actividades pastorales con jóvenes.
Pueden recomendar el vínculo a sus contactos:
http://www.youtube.com/watch?v=6m6ve7K3QLU



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sábado, enero 24, 2009

ESTUDIO DE EVANGELIO DE (San Marcos 1, 16-20); (San Marcos 1, 12-15)




En seguida el Espíritu lo llevó al desierto,
donde estuvo cuarenta días y fue tentado por Satanás. Vivía entre las fieras, y los ángeles lo servían.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo:
«El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia».


No sólo Jesús se mezcló con los pecadores. Sino que también “aunque era Hijo de Dios” (He 5,8) fue llevado, proyectado hacia afuera del ícono de gloria del bautismo trinitario, e impulsado con cierta violencia al desierto por el Espíritu, el cual ya no tiene la delicadeza de una paloma. Jesús está en el desierto, es puesto a prueba, pasivamente tentado por Satanás durante cuarenta días.

El Siervo, como lo sugiere esta tipología bíblica de los cuarenta días, pone sus pasos en los de Moisés (Ex 34,28) y del pueblo de Israel, “afligido y con hambre” en el desierto (Dt 8,3). Marcos, a diferencia de Mateo o de Lucas, no menciona el ayuno de Jesús en el desierto, sino que deja pensar que está comprendido en la prueba del desierto.

Lo que el apóstol Pablo dirá del cristiano se origina en Cristo. El Espíritu Santo forma en él “al hombre nuevo, creado a imagen Dios en la justicia y en la verdadera santidad” (Ef 4,24), que se ha vuelto capaz de observar los mandamientos de la Alianza. Así, la tentación se siente como una prueba, sufrida en la debilidad de nuestra humanidad. Pero Jesús, fortalecido con el Espíritu, por la respuesta que le opone, hace de esta prueba el acto libre de su obediencia hasta en el sufrimiento y la muerte. Este acto se convertirá en fuente de liberación para todos los que le obedecen (cf. He 5,7-9; 10,8-10; Jn 10,18).

En la narración lacónica de Marcos, aparece el carácter educador y purificador de la tentación. No que Jesús haya tenido necesidad de ella, sino que “como Hijo que era”, retoma el camino del desierto y de la prueba, se somete a nuestra condición mortal, rodeada de amenazas y de inquietudes. Él “recibe” la tentación, pero ya desde entonces, al resistirla, revela quién es él porque la vence.

Es por ello que podemos decir que, desde los inicios de su ministerio en Galilea, el Evangelio que Jesús proclama, ya está realizado en él. Hay ahí una promesa. La imagen de transición en la que Marcos nos lo muestra entre las fieras y los ángeles que lo servían es de tipo escatológico, como un proyecto, una esperanza futura para el hombre y el cosmos entero. Un día, toda la humanidad, reconciliada con sí misma, con la creación y con Dios que es su origen, reencontrará el edén inicial. Mejor aún, degustará la paz mesiánica para siempre (cf. Salmos 91,11-13; Is 11, 6-9; Ap 21,1-4).

En la breve exposición de Marcos sobre la predicación evangélica, se superponen dos expresiones de poderosa densidad: el Evangelio de Dios y el Reino de Dios. Entre ellas dos hay una, también muy fuerte: el tiempo se ha cumplido, o lo que Pablo nombra “la plenitud de los tiempos” (Ga 4,4). Diríamos que el evangelista se las ingenió para reunir en este pasaje las líneas de fuerza de su narración, eco de la catequesis oral de Pedro, de la cual, según una muy antigua tradición, tomó sus notas.

San Jerónimo, en la traducción latina de la Vulgata, acercó los dos primeros términos, cambiando el Evangelio de Dios por el Evangelio del Reino de Dios. Lucas, por su parte, en el original griego de su evangelio, habla de “evangelizar el Reino de Dios” (Lc 8,1). Dicho de otro modo, el Evangelio proclamado llama a los oyentes a dejar que reine Dios. Esto comienza para ellos cuando reconocen que Él mismo ha tomado esta iniciativa por su gracia (cf Rm 3,21-26).

Entonces, Jesús proclamó el Evangelio del Reino: esto es el “kerigma” en acción . Juan, que había mostrado el camino, es ahora entregado. Pero su martirio recapitula el de todos los verdaderos profetas. El tiempo se ha cumplido. Jesús, al proclamar el Evangelio de Dios, llama a todos los hombres a que entren en esta plenitud. Tiempo de la paciente atención al Reino que viene, tiempo de la conversión y de la fe. Si el Reino de Dios está cerca, se ha vuelto accesible, se deja “ver” con la condición de cambiemos de manera de pensar y de comportamiento, de que tengamos confianza en la novedad del Evangelio y de que dejemos que transforme nuestras vidas.


Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: «Síganme, y yo los haré pescadores de hombres».
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó,
y con ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.

Jesús no comienza su ministerio aislado. Su primer acto es elegir a sus discípulos. Mientras iba… vio… les dijo… avanzando… los llamó. El anuncio del Reino de Dios se dirige, desde el interior del pueblo judío, a todos. Pero necesita obreros. El llamado de los primeros discípulos es la traducción visible de un designio inicial de reunir, ya que Jesús pretende hacerlos pescadores de hombres. En este “los llama”, se nos permite adivinar a la Iglesia en estado latente .

Entonces, Jesús vio, por la orilla del mar de Galilea, a estos pescadores que trabajaban. Los destinó a otro trabajo. Para ello, era necesario que abandonaran su tierra natal y la casa de su padre, igual que Abrahán (Gn 12,1), y que lo siguieran. El riesgo del discípulo es el riesgo de la fe, que no conduce a una aventura solitaria, sino que, a través de la “separación” de la que habla Pablo a propósito de su vocación (Rm 1,1), conduce a convertirse en pescadores de hombres. Se tiene que cumplir con una sola condición: responder de inmediato al llamado de Jesús, y seguirlo sin vuelta atrás .

Convertirnos en pescadores de hombres: al ofrecer esta perspectiva a los pescadores de Galilea, Jesús no se conforma con jugar con las palabras. Sí, los hará pasar de un trabajo para ganar el pan de cada día, a un trabajo para la fundación de una nueva comunidad de fe en medio de los hombres. El verbo “convertirse” utilizado por el evangelista, subraya que este paso no será instantáneo. Él mismo consagrará la mayor parte de su ministerio a formar a sus discípulos. De cierta manera, entre este “convertirse” y el que encontramos en el Génesis a propósito de la pareja, hay una analogía. “El hombre abandona a su padre y a su madre y se une a su mujer, y los dos llegan a ser [se convierten] una sola carne” (Gn2,24). Los esposos tienen que convertirse cada día en “uno”; así, los discípulos tienen una vida para convertirse en pescadores de hombres.

¿Y cómo llegan a serlo? Siguiendo a Cristo. Yendo tras él, aprendiendo a conocerlo, aprendiendo de él cómo encontrar hombres, verlos, oírlos, conmoverlos, sanarlos, reunirlos, sirviendo a la venida del Reino de Dios. Es el camino que se les propone para asimilar progresivamente a Cristo, entrar en su misión.


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sábado, enero 17, 2009

ESTUDIO DE EVANGELIO DE San Juan (1, 35-42)







Juan 1, 35 - 51
O de Berranger: Cap. 3, p. 18 (San Juan 1, 35-51)

Al día siguiente, estaba Juan otra vez allí con dos de sus discípulos
y, mirando a Jesús que pasaba, dijo: «Este es el Cordero de Dios».
Los dos discípulos, al oírlo hablar así, siguieron a Jesús.
El se dio vuelta y, viendo que lo seguían, les preguntó: «¿Qué quieren?». Ellos le respondieron: «Rabbí –que traducido significa Maestro– ¿dónde vives?».
«Vengan y lo verán», les dijo. Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Era alrededor de las cuatro de la tarde.
Uno de los dos que oyeron las palabras de Juan y siguieron a Jesús era Andrés, el hermano de Simón Pedro.
Al primero que encontró fue a su propio hermano Simón, y le dijo «Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo.
Entonces lo llevó a donde estaba Jesús. Jesús lo miró y le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan: tú te llamarás Cefas», que traducido significa Pedro.
Al día siguiente, Jesús resolvió partir hacia Galilea. Encontró a Felipe y le dijo: «Sígueme».
Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y de Pedro.
Felipe encontró a Natanael y le dijo: «Hemos hallado a aquel de quien se habla en la Ley de Moisés y en los Profetas. Es Jesús, el hijo de José de Nazaret».
Natanael le preguntó: «¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret?». «Ven y verás», le dijo Felipe.
Al ver llegar a Natanael, Jesús dijo: «Este es un verdadero israelita, un hombre sin doblez».
«¿De dónde me conoces?», le preguntó Natanael. Jesús le respondió: «Yo te vi antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera».
Natanael le respondió: «Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel».
Jesús continuó: «Porque te dije: "Te vi debajo de la higuera", crees. Verás cosas más grandes todavía».
Y agregó: «Les aseguro que verán el cielo abierto, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre».


Llamado de los primeros discípulos (1, 35-51)
O. de Berrager, Cap. 3, p. 18

En este pasaje, vemos la gran frescura de los inicios. Un carácter juvenil, no solamente a causa de la edad de las personas que ahí se interpelan una a la otra, sino de la amistad naciente entre Jesús y estos primeros compañeros galileos que lo conocen y van a unirse a sus pasos. Todo pasa en la mirada: Jesús ve que lo siguen… Mirándolos fijamente, Jesús dice… Jesús ve a Natanael que viene hacia él… Cuando estabas debajo la higuera, te vi. Estos hombres, a su vez, son llamados a “venir y ver”.
«¿Qué quieren?»
«Rabbí, ¿dónde vives?»
«Vengan y lo verán»
Fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día.
Era alrededor de las cuatro de la tarde.

¿Qué quieren? Estas son las primeras palabras que salen de la boca de Jesús en este evangelio. Además de a sus primeros interlocutores, se dirigen a todos aquellos que, como nosotros, leemos estas páginas. “¿Qué quieren?”, es decir, “¿Qué buscan?” o “¿Qué desean?” Pregunta que será de nuevo planteada por Jesús a María Magdalena, de manera más personal, al final de este evangelio: ¿A quién buscas?” (20,15). Y si se trata de búsqueda, él mismo revelará, en su diálogo con una mujer de Samaria que había venido a sacar agua del pozo de Jacob, que ésta no es solamente acción de hombres y mujeres en este mundo, sino que Dios mismo “busca”, entre ellos, “a quienes lo adoran en espíritu y en verdad” (4,24).
Este primer diálogo completo comprende tres veces el término quedarse o permanecer, con cierto juego entre la permanencia del Verbo en medio de los hombres y su permanencia oculta en el seno del Padre (1,18). Ante su invitación, ellos –dos hombres, entre ellos Andrés, que hasta ahora escuchaba las enseñanzas del Bautista- “vinieron” a él y lo “vieron”. Vinieron a aquél que ilumina a todo hombre que viene a él en el mundo. Se dejaron iluminar por la luz del mundo, Cristo (cf. 1,9; 8,12).

¿Qué “vieron” y oyeron aquel día, hasta las cuatro de la tarde? El testigo no dice nada al respecto. Se conforma con terminar este recuerdo con la anotación de la hora tardía. De un cabo al otro de su evangelio, una mención discreta del testigo anónimo permitirá asegurar a este escrito la autenticidad de una narración grabada en la fidelidad de su memoria viva.

“Hemos encontrado al Mesías», que traducido significa Cristo”.
“…aquel de quien se habla en la Ley de Moisés
y en los Profetas.
Es Jesús, el hijo de José de Nazaret”.

Buscar… encontrar: se esboza un matiz entre la primera exclamación de Andrés, que va a buscar a su hermano Simón, y la de Felipe cuando encuentra a Natanael. Andrés expresa la dichosa sorpresa de un descubrimiento totalmente dado, incluso si era oscuramente una búsqueda. Felipe, todavía más entusiasta, expresa en primer lugar el sentimiento de una larga búsqueda ya satisfecha, no sólo suya, ni siquiera sólo de los primeros discípulos, sino la del pueblo alimentado desde generaciones por la ley de Moisés (1,17), y de los profetas que no dejaban de recordarles el sentido de este hecho.

Este sentido, para Juan y para los autores del Nuevo Testamento, es Jesucristo. Según ellos, Moisés y los profetas lo tenían en perspectiva. La ley misma encerraba de manera oculta al Verbo que a partir de ahora se manifiesta en la persona de Jesús, hijo de José, de Nazaret. Entre la ley y Jesús, Andrés, que oyó el testimonio del Bautista y vio dónde vivía Jesús, discierne la mediación del “mesías”: ya no sólo el pueblo profético, real y sacerdotal, ya no “ungidos de Yahvé” dispersos en el tiempo y las instituciones de Israel, sino Jesús mismo, el “cristo” sobre quien descendió y permaneció el Espíritu.

Desde que “fijó su mirada” en Simón, Jesús lo llama Cefas, que significa Pedro [Piedra]. Lo llama precisándole de entrada su misión, incluso si ésta deberá explicitarse después. ¿Acaso no es la primera vez en la historia que el nombre de “piedra”, tradicionalmente reservado a Dios, se atribuye a un hombre? Jesús no diviniza a Simón. Le indica dónde poner su confianza. Desde ahí, Jesús ya “conoce a los suyos” (10,14). La fe de quienes se le acercan surge de este encuentro transformador con él. Este encuentro asume, unifica y transforma en potencia la existencia de aquellos que, al escucharlo, se vuelven disponibles para seguirlo. El primado de Pedro es bien conocido para los lectores al momento en que Juan redacta su evangelio. Pero lo que Mateo sitúa después de la confesión de Cesarea (Mt 16,18), Juan tiene a bien mostrarlo al principio, en esta narración de vocación.

Te vi debajo de la higuera. Natanael es un israelita un hombre sin doblez. Él revela sin complejo sus prejuicios: ¿acaso puede salir algo bueno de Nazaret? Pero sobre todo, le gusta “escudriñar las Escrituras” bajo la higuera, lugar simbólico del estudio atento de la Palabra en el mundo judío. Este estudio es lo que debe conducir a reconocer a Cristo Jesús: Maestro, tú eres el hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel. Jesus responde a esta exclamación dirigiéndose, más allá de la persona de Natanael, a todos los discípulos que lo seguirán: Verás cosas más grandes todavía. Es la decimoprimera vez que el verbo “ver” es utilizado en este pasaje, subrayando que el encuentro con Jesús, siempre que uno permanezca ante él, hace más que cumplir un deseo, “supera infinitamente al hombre” (B. Pascal). Todo esto nos invita a buscarlo, a salir, a oír que él nos llama, a venir a él, a verlo y a quedarnos con él. Luego será necesario empezar a subir la escalinata entre el cielo y la tierra que viera Jacob desde mucho tiempo antes (Gn 28,10-17), dejándonos guiar por el Hijo del hombre, primer título que Jesús se da a sí mismo.


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miércoles, junio 11, 2008

NOTAS SOBRE EL eE Y EL MINISTERIO

BREVES NOTAS SOBRE 
EL ESTUDIO DEL EVANGELIO Y EL MINISTERIO
PRIMERA PARTE

El estudio de nuestro Señor Jesucristo en nuestra vocación y nuestra tarea. Desde el interior mismo de esta realidad se impone la urgencia de anunciarlo (ver 1Cor. 9, 16- 17)


Llamados y enviados
Las personas, en nuestro caso aquellas que son llamadas por Jesús, son fruto del amor de Jesús por ellas; igualmente podemos decir que son parte vinculante de su vida y ministerio. 

Desde que somos llamados, nuestra vida y su transcurso adquieren no solo un matiz diferente, sino un rumbo y una identidad nuevas: el hombre “llamado” no se pertenece a sí mismo sino a Jesucristo, que le ha elegido. Esto que podemos aplicarlo a la existencia del hombre como tal; de manera particular lo haceos al referirnos al ministerio del presbiterado. 

Los primeros en ser llamados reaccionan dejando ver que Alguien entró en sus vidas de manera definitiva y solicitando de ellos una respuesta única: “Y les dice: vengan conmigo, y los haré pescadores de hombres. Y ellos al instante, dejando las redes, le siguieron” (Mt. 4, 19 – 20). 

“Subió al monte y llamó a los que Él quiso; y vinieron donde Él. Instituyó Doce, para que estuvieran con Él, y para enviarlos a predicar” (Mc. 3, 13 – 14). Es el marco en el que el presbítero está llamado a desarrollarse para ser testigo de Jesucristo. 

Jesús concentrará en un llamado lo permanente de estar llegando a ser de él y hacer como él: “Sígueme”. Es el “reglamento” que hará fecunda toda forma de anuncio y servicio en sus vidas. 
Antonio Chevrier habla del presbítero como alguien que es “enviado”, y lo hizo con Jesucristo en mente como “el enviado de Dios, el título más simple, el más int
eligible” (VD 86). En la existencia de Jesús, ello significa que él depende en todo de la voluntad de su Padre. En la página 208 del VD, Antonio Chevrier anota lo siguiente: “El sacerdote es el enviado de Jesucristo. Todo lo que Jesucristo dice de sí bajo este título, el sacerdote es lo que se debe aplicar a sí mismo. Está revestido, como Jesucristo, de los caracteres de un enviado y debe cumplir con las obligaciones de tal”. Y unido a Jesús, el presbítero “estará unido al Padre y hará todo según Dios” (VD 208). Es una manera muy elocuente de most
rar dónde está la vida e identidad del presbítero, y por tanto la orientación fundamental de sus funciones y quehaceres. 
Antonio Chevrier, a través de la meditación del Evangelio y de su amor cercano a los pobres, fue redescubriendo una y otra vez el sentido de su vocación. La llamada de parte de Dios no es algo que se da de una vez para siempre, en el sentido de que Dios habla o se manifiesta para luego abandonar a su interlocutor. Él está siempre recreando su iniciativa en las personas, porque no “descansa”. Es el sentido que encierra el “sígueme” de Jesús a los que él ha llamado en su seguimiento; la relación con Él se vive como algo permanente. 

El apóstol de los gentiles
“Yo dije: ¿Qué hacer, Señor?” (Hech. 22, 10). A partir de la iniciativa del Resucitado, Saulo es otro que modifica su camino. Precisamente esta manera de situarse ante Jesús habla de un vivir para los planes ya no propios del hombre, sino para los del Señor. Renunciar así al propio espíritu es fundamental, y esto viene de la fuerza del Espíritu Santo, que hace posible el sí del hombre al Viviente que es Jesús.

Pablo entendió que un dinamismo de vida debería conducir su existencia, y lo concibió como un don y una tarea; así lo expresa él mismo en varios textos, por ejemplo: “Más cuando Aquél que me separó desde el seno de mi madre tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles…” (Gal 1, 15 – 16). Sobre la tarea de anunciar el Evangelio dice: “No es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un diere que me incumbe. Y ¡Ay de mi si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa ciertamente tuviera derecho a una recompensa. Más si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado” (1Cor. 9, 16 – 17). Y más adelante en esta misma carta confiesa: “Y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Pero no yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1Cor. 15, 10). Es Jesucristo quien conduce sus iniciativas y acciones. Pablo lo expresa de una manera tal que en realidad la persona está marcada por un absoluto: “Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí”. (Gal 2, 20). Pablo se sabe atraído por la iniciativa única de quien amó hasta el extremo. 

La vida apostólica se nutre precisamente de este dinamismo: recibir una Palabra para entregarla al mundo, en nuestro caso, a los pobres. Ver para anunciar (cf. Jn. 1, 1 – 4) es lo que vive Pablo: “Pero levántate, y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mi has visto como de las que te manifestaré” (Hech. 26, 16; ver 22, 12 – 15). 

Ambas realidades –discípulo y apóstol- son un absoluto en la vida del presbítero; son su dinamismo fundamental, en ese marco se mueve todo su ministerio. “Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, en poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos. 

No que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (Fil. 3, 8 – 14). La intensidad de este absoluto personal es lo que lleva a Pablo a plantarse en este mundo con libertad y de llevar adelante su vocación y misión. 

Resucitado, Jesús es el Viviente. Y por ello decimos que es el eterno presente (Heb. 13, 8). Por su Espíritu, sigue llamando y sigue formando a los suyos para enviarlos, porque “ha sido el primero y más grande evangelizador” (Evang. Nunt. 7). 

Los pobres tienen el derecho a conocer a Jesucristo. Este es el gran servicio que les brinda el presbítero. Jesús mismo expresaba así el absoluto de su misión, en la que había involucrado a los suyos: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 3, 17). 

El mundo
El mundo es el lugar donde estamos llamados a desarrollar nuestro ministerio, porque fue ahí donde Jesús realizó su vida histórica de enviado a curar y a predicar. Es el lugar donde Dios se revela a su pueblo por ser obra suya. Reconocemos que el Espíritu continúa recreando todas las cosas y que nuestra tarea es colaborar en lo que ahí se realiza. 

La iglesia es para el mundo; Dios la ha destinado para servir a los hombres para su designio. Y es ahí donde está llamada a ser instrumento de Jesucristo, que es “la luz de los pueblos” (LG 1).
En ocasiones se ha insistido en la necesidad de no ser del mundo, pero poco en la necesidad de estar en el mundo. La manera como nos situemos en el mundo es determinante para nuestra condición de enviados: “Como tu me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn. 17, 18). Para Jesús no fue un simple estar, sino un entrar en la experiencia más honda del ser humano, en particular los pobres, los enfermos, los ignorantes, los pecadores. Pero esto lo hace desde la comunión con el Padre: “las palabras que tu me diste, se las he dado a ellos” (Jn 17, 8). Jesús busca entregar al mundo la vida que el Padre le comunica. 

Conocer al que nos ha enviado y conocer el lugar al que somos enviados, aún cuando no se trata de los mismo, son dos cosas que no pueden, sin embargo, separarse. El envío dependerá en gran medida de nuestra cercanía con los pobres. Precisamente Jesús tomaba iniciativas a favor de las personas a partir de una experiencia: “Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor. Entonces dice a sus discípulos: la mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos, y para curar toda enfermedad y toda dolencia” (Mt. 9, 35 – 10, 1). 

Estar en el mundo implicó para Jesús una necesidad apremiante: “También a otras ciudades tengo que anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios, porque a esto he sido enviado” (Lc. 4, 43), movimiento cuyo significado profundo se precibe a la luz de la proclamación en Nazaret (Lc. 4, 18 – 19). Al ser enviados, los discípulos llevan consigo este dinamismo del Resucitado (ver Mt. 28, 19 – 20; Mc. 16, 15 – 18). 

El mundo de los pobres es campo de Dios, ahí donde Él lleva a los suyos para formarlos en la fe, como señala Lucas una vez que relata el llamado a los Doce: 

Bajando con ellos se detuvo en un paraje llano; había una gran multitud de discípulos suyos y gran muchedumbre del pueblo, de toda Judea, de Jerusalén y de la región costera de Tiro y Sidón, que habían venido para oírle y ser curados de sus enfermedades. Y los que eran molestados por espíritus inmundos quedaban curados. Toda la gente procuraba tocarle, porque salía de Él una fuerza que sanaba a todos.
Y Él, alzando los ojos hacia sus discípulos, decía…” (Lc. 6, 17 – 20). 

Conocer a los pobres de cerca y amarlos es el camino para una presencia evangélica en el mundo. Es yendo hacia ellos como podemos concretar nuestro amor a toda la realidad y a toda la historia humana. 

Formalizar nuestro compromiso en El Prado es una manera de integrarnos a una familia. Pero dicho compromiso tomará cuerpo y verdad en la vida cotidiana: Todos los días habrá que conocer a Jesucristo; todos los días habrá que anunciarlo. Aquí, como en todos los campos de la vida cristiana y en sus diferentes estados de vida, la verificación es criterio evangélico, es parte de nuestra verdad como personas y discípulos. No deberíamos sentirnos mal por reconocer esta realidad, pues Jesús mismo lo pide como signo de que vamos siendo sus verdaderos discípulos. Lo que hace al Prado es un estilo de vida. 

Entrar
“Entrar” es una manera de decir que nuestra existencia se ve llamada a un trabajo en el que Dios reclama la respuesta de nuestra libertad para trabajar colaborando con la obra que realiza el Hijo. Vamos al Evangelio porque aceptamos realmente que el Padre nos quiere revelar a su Hijo. Y nos unimos a este designio suyo suplicando siempre que nos de su Luz para que descubramos y amemos su voluntad, porque es don suyo hacer camino en una vida según el Evangelio. “Nadie puede venir a mi, si el Padre que me ha enviado no lo atrae” (Jn. 6, 44). Nuestro caminar inicia con este reconocimiento. Jesús mismo “entró” en el camino doloroso de buscar y realizar la voluntad de Dios, conducido por el Espíritu. 

Convertirnos caminando de la mano del Evangelio nace, entonces, de una libertad en donde permitirnos que Dios nos revele a sus Salvador y Mesías. Esto se traduce, de manera privilegiada, en un ir hacia el Evangelio como nuestra gran tarea, concretamente, dedicando tiempo a ello como quien sabe que ahí está todo para él. 

A propósito del atractivo por Jesucristo, dice el Padre Chevrier: “Si nos sentimos atraídos por poco que sea hacia Jesucristo, ¡ah!, cultivemos ese atractivo, hagámoslo crecer con la plegaria, la oración, el estudio, para que crezca y de frutos”. (VD 119). 

Podríamos decir que en el estudio del Evangelio lo que importa es entrar o, mejor dicho, dejarnos conducir por el Espíritu hacia el interior del Evangelio, abriéndole confiadamente la “puerta” (ver VD 125). Se trata de un camino orientado hacia un conocimiento cada vez más hondo de Jesucristo. Según el anexo II del VD, páginas 516 – 517, la entrada en el Evangelio se caracteriza: 
- Por dedicar tiempo a detenerse “en los detallitos de cada hecho, de cada acción; ahí es donde encontramos la sabiduría”
- Por “estudiar sus detalles para comprender enseguida hasta qué punto la casa es bella… es realmente la casa de la Sabiduría”
- Por utilizar lo que ahí se halla, sirviéndonos de ello para nuestra vida
- Por admirar su conjunto, su belleza
- Por “practicar las cosas que ahí encontramos…”
- Por encontrar a Jesucristo, “la verdadera Luz”
- Por encontrar ahí “nuestro reglamento de vida… solo basta buscarlo” 

La entrada en el Evangelio evoca también el empeño disciplinado y permanente de cada uno. “Es bueno tener un trabajo serio que hacer y tener una voluntad fiel de acabarlo, fijar constantemente en él nuestra atención y nuestro espíritu, y distraerse poco de esta obra que va a hacer, y acabarla” (VD 193).

Y si en Jesús se nos comunica el designio de Dios sobre el hombre (ver GS 22), podemos esperar que el estudio de Nuestro Señor Jesucristo nos hará “entrar” también en una comprensión mayor del hombre que somos cada uno y de lo que es nuestro ministerio. 

Configurarse
Si aprendemos a entrar en la Escritura, Dios hará de nosotros cada vez más, verdaderos discípulos del Hijos, configurándonos con Él. Antonio Chevrier iba al Evangelio con una inteligencia práctica de al fe: dejarse hacer, obedecer a la Palabra que le decía “Sígueme y haz como yo” (VD 222). 

“Que todo su deseo sea configurar su vida a la del Maestro” (Carta 80, a F. Duret). Como ejemplo de lo trascendente que fue para el P. Chevrier esta dimensión, podríamos leer personalmente VD 101 en donde aparecen diferentes expresiones de lo que hoy llamamos la “sacramentalidad”. 

“Entrar” y “dejarse configurar” en aquello que somos, son dos aspectos esenciales frente a la calidad de nuestros estudios del Evangelio. Expresan muy bien la simplicidad que la Palabra requiere para “sembrarse” y dar frutos. 

Para asimilar personalmente y compartir en equipo. 
¿Qué es entrar en el estudio del Evangelio? ¿Qué ha significado o implicado para ti vivir esta experiencia?
¿Qué caminos ves hoy para entrar más a fondo en este trabajo, que pide ser el primero en nuestra vida?
¿Qué signos percibes de tu apertura para dejarte configurar por Jesucristo desde el Estudio del Evangelio?
Para profundizar: Juan 1, 35 – 51; Documento de Aparecida 15


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lunes, abril 28, 2008

EL ESTUDIO DEL EVANGELIO: TESTIMONIO DE UNA EXPERIENCIA

“Gracia” y “Trabajo”

El Estudio de Evangelio: testimonio de una experiencia
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Pbro. Jorge Álvarez C ./ Lima, Perú

El Estudio de Evangelio es herramienta central para el P. Chevrier. Yo recibí ese legado, allá por los años 95, durante mi mes de formación. Eran los inicios de mi experiencia en la familia del Prado. Desde esa época la práctica del EE ha marcado mi vida.

Se pidió en esa oportunidad a cada uno de los participantes escoger un texto bíblico y formular la pregunta que orientara la búsqueda orante. Supongo que todos los pradosianos que han hecho la experiencia del mes han tenido esa práctica. Yo escogí la II Carta de Pablo a los Corintios. Quería ahondar en el tema de “la prueba” en la vida del discípulo. ¿La motivación? En esos años empezaba a vivir en carne propia y dolorosamente la experiencia de una iglesia local que crecía en desconfianza ante todo lo que hiciera alusión a la iglesia de los pobres. Y necesitaba criterios para vivir evangélicamente ese momento. Recuerdo mucho el ‘trabajo’ de esas mañanas, las luces recibidas y las orientaciones que pude encontrar y que me fueron tan útiles en los años siguientes!

Debo confesar sin embargo, que no he vuelto a repetir la experiencia... Siento que, dadas mis limitaciones personales, necesitaría un tiempo como el del mes, un ‘tiempo de ‘ocio santo’ como para lograrlo. Por ahora, lo veo difícil….. ¡Qué lejos estoy de la capacidad mística de Chevrier dentro de su vida apostólica! Yo no lo logro!. Mi sicología no ve la forma de ‘abrirse espacios’ en el ritmo de la vida apostólica que llevo… Diré como San Pablo: “Veo en mis miembros otra ley que está luchando contra la ley de mi espíritu…¿quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Sólo Dios, a quien doy gracias por Cristo Jesús, nuestro Señor!” (Ro 7, 27-25).

Sin embargo, el EE sí ha sido y es un momento que trato de cuidar. Puedo decir que mi práctica del EE tiene como dos momentos fuertes cada año, en los dos encuentros que tenemos como familia pradosiana. Ahí separamos cada día unos cuarenta y cinco minutos para el EE a partir de textos escogidos previamente, con preguntas para orientar la búsqueda. Otro momento fuerte es el retiro personal que trato de hacer anualmente –generalmente en cuaresma- en un monasterio benedictino. Ahí, siguiendo el ritmo de la vida monástica, me doy una hora para ahondar en los textos de la liturgia del día que marcan la vida diaria monacal, con la única pregunta “qué dicen estos textos bíblicos?” “qué me dicen para ser mejor discípulo-misionero”. En tiempo de cuaresma este tipo de EE contribuye para entrar en la dinámica del encuentro gratuito y la búsqueda de fidelidad dentro de mi ministerio.

La práctica cotidiana es mucho menos profunda. Trato de separar una buena media hora para el EE de los textos bíblicos que nos ofrece la liturgia diaria y me hago las mismas preguntas del retiro anual. Cuánto me gustaría tener mayor espacio exterior e interior para ahondar en tal o cual punto! Pero debo ser franco, mi vida cotidiana no lo encuentra. La agenda, las tareas, las responsabilidades ‘mueblan’ mi espíritu y no permiten encontrar la paz y tranquilidad necesarias para sumergirme en la experiencia como los textos merecen y yo quisiera.

Comprendo bien que esta experiencia mía deja mucho que desear, pero prefiero dar el testimonio que se me pide, siendo transparente. Quizá varios están con los mismos deseos y se encuentran con los mismos límites!!

Sí puedo afirmar, que el EE constituye para mí una gracia, un don que ha enriquecido y enriquece mi vida personal como pastor. Los textos que la iglesia me da cada día los acojo en gratuidad, es decir, como una gracia, como un regalo, como una invitación a dar mayor calidad a todo mi ser de pastor. Pero también soy muy sensible a eso que nos piden las Constituciones, citando a Chevrier “este llamamiento nos exige dedicar mucho tiempo a la contemplación y al estudio del Enviado del Padre. Para poder alcanzarlo todo nuestro trabajo consistirá en, guiados por el Espiritu, estudiar a Jesucristo….’ningún estudio, ninguna ciencia debe ser preferida a éste’…” (Constituciones, n .12). La gracia supone acogida agradecida, pero ese don está llamado a hacerse carne. Y por eso demanda también esfuerzo, trabajo del que lo recibe para ‘comprenderlo’ en su hondura y para tratar, aunque sea de manera pequeña y limitada en hacerlo carne. Para mí este número de las Constituciones me interpela siempre y pido fuerzas para que lentamente pueda vivir eso de ‘ningún estudio, ninguna ciencia debe ser preferida a ésta’. ¿Llegaré algún día hacer del Estidio del Evangelio EL TRABAJO POR EXCELENCIA para “hacerme más capaz de trabajar eficazmente en la salvación de las almas” (Const. N. 2)? Ése es el reto, ése el llamado!! Que la familia del Prado me ayude!!


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EL ESTUDIO DEL EVANGELIO EN LA VIDA COMUNITARIA
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Claudio Alonso Murrieta Ortiz / Pitiquito, Sonora.


I. Conocer y acoger a Cristo en la realidad histórica.
Pero, ¿qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo…
Después de reconocer la diversidad de expresiones y la rica creatividad en las que se ha manifestado la vivencia de la fe cristiana en nuestro continente, el Papa Benedicto, en su discurso inaugural de la V Conferencia se formula la pregunta anterior. Intento ahora compartir algunas vivencias de este significado desde mi condición de formar parte de estos pueblos. Así que las palabras primeras, que de alguna manera marcaron nuestra adhesión a esta fe, vienen de ese rico mundo donde se teje la devoción-admiración con la confianza y la cercanía, hacia una persona cuya imagen es representada con mayor frecuencia de brazos extendidos, desnudo, con rostro de dolor y mirada acogedora, era el crucifijo de la cabecera. El rezo para antes de dormir giraba en torno al agradecimiento y a la protección junto a una interminable lista de encargos (aquí me preguntaba cómo le iba a hacer Dios con tanta tarea que le íbamos dejando). En el catecismo se encargaron de ir respondiendo a estas interrogantes y con diversas imágenes que hablaban del antes y después de la cruz iban abonando ese deseo de tenerlo como el Buen Amigo…, algunas consecuencias, sobre todo hacia la conducta, de repente como que complicaban esta relación de amistad, -que a decir de nuestras catequistas- quedaba rota o manchada por habernos portado mal. Sin embargo el cantar, ofrecer flores todo el mes de junio, mantenerse despierto en los interminables rosarios y oraciones del “librito negro”, ir a la misa aunque sea hasta la puerta, o el estar atento a las lecciones de la doctrina y realizar obras buenas de alguna manera restituían aquella tan preciada relación.
En el ambiente de adolecentes y jóvenes fuimos tomando en serio aquello de que lo que hiciste o dejaste de hacer por uno de estos pequeños a mi le lo hicieron, e irlo descubriendo en el rostro del enfermo: -la Migdelina y Don Gilibaldo, la Crucita, Doña María…todos ellos marcados por la pobreza-, significaba acrecentar la amistad con aquel que no pasaba indiferente ante el dolor. Entonces las consecuencias de esta amistad nos hacían hablar del trato justo a un trabajador, cuestionar lo que pasaba en el mundo de la política, tratar de organizarnos en los servicios. Todo esto acompañado por el eco algunas canciones de Roberto Carlos, Alí Primera, el Padre Zezinho… que también tocaban el asunto y hacían resonar experiencias compartidas en el mundo juvenil.
Desde entonces fui entendiendo que conocer y acoger a Jesucristo es un asunto íntimamente relacionado, se le conoce en la medida que se le acoge y se le acoge en la medida que se le conoce, conocer y acoger en este caso son inseparables y el terreno donde esto va sucediendo es la vida misma de los pueblos. La condición de reconocernos parte de un pueblo con historia, idiosincrasia, riquezas y necesidades, nos hace entrar en un tipo peculiar de relación, muy ligada a lo que va sucediendo y a las aspiraciones o esperanzas que tenemos para el mismo. En este sentido amar la realidad es fruto consecuente de esta relación con Jesucristo. “Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano” –afirma el Papa Benedicto en Aparecida. Puesto que “Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz” .

II. Desde la contemplación personal
De lo anterior nace el deseo de la contemplación como un ejercitar la mirada desde los sentires y criterios de este “Dios de los pobres, el Dios humano y sencillo” como lo confesamos cantando en las Comunidades Eclesiales de Base. Una mirada hacia la historia me fue haciendo comprender que ésta se mueve con un sentido y el proceso que suscita se le llama evolución. Muchos impulsos nacidos de las mismas circunstancias y muchos jalones venidos de las más grandes utopías podemos considerarlos como los motores de esta historia. Testigo de ello es lo que conocemos como historia de la salvación en la que van interviniendo diversos dadores de sentido: movimientos proféticos, experiencias místicas, personas referenciales…
Los Evangelios y los testimonios de las primeras comunidades plasmados en las cartas y escritos del Nuevo Testamento vienen siendo una fuente privilegiada para aprender a contemplar el sentido de esta historia, para asumirla y sentirnos parte de ella. Por eso viene a bien preguntarnos ¿Cómo leen Jesús y sus primeros discípulos esta historia de salvación a tal grado de llegarla a ver como la mies madura para la cosecha? o ¿Qué mirada hay sobre la vida detrás de las expresión del mismo Jesús “el tiempo ha llegado”? (Mc. 1, 15). Sin duda está presente la conciencia de sentirse no meros espectadores pasivos, sino CONTEMPLATIVOS de la acción del Espíritu en ella. La experiencia de adhesión por parte de Jesús de Nazaret al sentir y querer de los empobrecidos, la vivencia del desierto que fue para él la condición de ser parte del pueblo, la intimidad con Dios por la oración y escucha de la Palabra, constantemente lo hacen cuestionar e invitar a releer las Escrituras y la vida “¿Qué dicen las Escrituras, qué lees en ellas?” (Lc. 10, 26) “¿no está escrito en la ley de ustedes…?”, “Levanten la vista y vean como los campos están listos” (Jn. 4, 35). “Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar” (Lc. 4, 21). Dar con frecuencia una mirada a estas experiencias de Jesús va colocando en mi persona algunas claves que se convierten poco en criterios para contemplar la historia con realismo y gozosa admiración. Es, entonces, el estido de Evangelio un medio eficaz para explorar los sentires y criterios de Jesucristo a los cuales queremos adherirnos para que en la alegría de sentirnos sus discípulos, seamos en nuestra persona una buena noticia para los/as más pobres. Ya que “conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo”. (Aparecida 29).

III. En la vida de equipo
El seguimiento a Jesucristo, desde los inicios siempre se fue dando en equipo, aunque el llamó a personas (con nombre, historia, circunstancias…), estas participan de un fuerte deseo de SER CON LOS OTROS. Similar a la experiencia de los primeros discípulos, ha estado presente en nuestra historia la invitación que hace Felipe a Natanael una vez que se encontró con Jesús: “Hemos encontrado a aquel de quien escribió Moisés…: es Jesús, el hijo de José, el de Nazaret.. – Ven y lo verás” (Jn. 1, 45. 46b) . Fue el testimonio y la invitación a juntarnos para estudiar el Evangelio, en el grupo de apoyo –como le llamabamos en el seminario a un grupo de compañeros con los que compartíamos la oración, la revisión de vida, algunas lecturas, etc.- Nos juntabamos como quien se da el gusto de compartir la mesa con sus amigos, nos veíamos a diario, compartíamos el aúla de filosofía o teología, la misma casa…, sin embargo el día de reunión para el Estudio de Evangelio era algo esperado, pues tendríamos la oportunidad de conocer, profundizar y compartir la amistad con el Maestro. En esta etapa quedó sembrada para mi una fuerte convicción: desarrollar el ministerio en vida de equipo, asunto que tendría que aprender a combinar con los desafíos y rítmos de trabajo en los que nos envolvería posteriormente la actividad pastoral.
Elemento fundamental ha sido mantener este alimento en el centro de nuestra mesa: el estudio del Evangelio, pues de ahí se alimenta este gozo de sabernos que estamos junto a otros/as, de ahí nacen las más fuertes confrontaciones entre lo que hacemos o dejamos de hacer y la vida evangélica a la que estamos llamados. Una mediación muy significativa han sido las reuniones para preparar la reflexión dominical, anteponiendo primeramente ¿qué nos dice el Evangelio a nosotros como personas, a nuestro ministerio?, posteriormente, ¿cómo presentaríamos esta Buena Noticia a la comunidad?, ¿cómo colocar sus llamados en medio de las situaciones concretas que vamos viviendo como pueblo?
La vida en equipo nos permite compartir “en corto” la experiencia de la gracia que viene del encuentro personal con Jesucristo, descubierto tanto en el Evangelio escrito como en el viviente. “Conocer a Jesucristo lo es todo” por eso es necesario cultivar esta gracia; “fomentemos este atractivo, hagámoslo crecer por la plegaria, la oración, el estudio, para que se agrande y de frutos…” VD. 119

IV. En el caminar comunitario.
La centralidad de la Palabra, como aquella fuente que clarifica e impulsa la misión del discípulo, en nuestra tradición latinoamericana ha tenido especial lugar. La Palabra leída, meditada y acogida en comunidad viene configurando nuestra manera de ir haciendo iglesia desde el contexto de cada pueblo. La semilla arrojada por el sembrador da sus frutos en la medida en que es acogida por la comunidad.
Las Comunidades Eclesiales de Base (CEB) van fomentando que el pueblo sencilo acceda a un mayor conocimiento de la Palabra de Dios, como nos lo recuerda el documento de Puebla y lo ratifica el documento de Aparecida (178), y sea consecuente con ella a través de los servicios especialmente entre los sencillos y alejados, preferentemente por los pobres. La cercanía que favorecen las CEB nos permite ir creciendo en la proximidad - amistad, que nos hace capaces de descubrir los valores, los legitimos anhelos y el modo propio de vivir la fe por parte de los pobres. Las reuniones en las casas donde la Biblia pasa de mano en mano nos van enseñando a releer nuestras propias historias, a mantenernos interesados en los que nos rodean, vamos aprendiendo a sentir así con la Iglesia. El ritmo y el rumbo de nuestro caminar está intimamente ligado a la contemplación comunitaria del rostro sufriente de Jesucristo en los pobres. “La misma adhesión a Jesucristo es la que nos hace amigos de los pobres y solidarios con su destino” (Aparecida 257).


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domingo, abril 27, 2008

ACOGIDA DE APARECIDA
Conciencia de discípulos en misión.
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Gustavo Gutiérrez.




PARTICIPACIÓN DE GUSTAVO GUTIÉRREZ
EN LA ASAMBLEA LATINOAMERICANA DEL PRADO

En Aparecida hubo una idea muy clara de lo que es el discipulado, se define a partir de la misión. Lo que significa hoy día ser discípulo, y esto implica lo de las tareas.
Si se habla de evangelización, la tarea como fuente para comprender lo que es un discípulo, para ello es necesario saber dónde estamos. Es por eso el cambio tan grande respecto a Santo Domingo. El método se votó dos veces, una en Bogotá y otra en Aparecida.
Una primera repercusión de la lectura sobre el discipulado es la consideración sobre la realidad, como punto de partida del método, ahí está la raíz de muchas más cosas.
Otra es el fijar una línea para la evangelización, y por lo tanto para el discipulado y esta línea es la opción preferencial por el pobre. “Uno de los rasgos que caracteriza a la fisonomía de la iglesia latinoamericana es la opción preferencial por el pobre”.
La pobreza:
- En Medellín se distinguió el pobre real, como algo inhumano. La pobreza real nunca es buena.
- Una segunda acepción es la pobreza espiritual, sinónimo de infancia espiritual, como un valor profundamente evangélica, poner la vida en manos de Dios y consecuentemente una vivencia de desprendimiento. Es una opción preferencial, que remite al amor de Dios, a poner nuestras vidas en sus manos. En el actuar de Dios los pobres son los primeros.
- ¿Por qué ser pobre?, solidaridad con el pobre y rechazo de la pobreza, es ahí donde surge la opción. La perspectiva es cristológica. Según Pablo, Dios asume nuestra condición por amor a los pobres, a quienes padecen la pobreza y como una manera de rechazar la pobreza. Esto es un compromiso por la justicia, por un mundo en el que no haya insignificantes. Cristo es el fundamento de esta opción. Gracias al discurso del Papa la opción por los pobres está implícita en la fe cristológica, se marca una línea para el documento. La Opción Preferencial por el Pobre (OPP) es cuestión de espiritualidad, un componente del seguimiento de Jesús. Es también una manera de hacer teología, leer la historia humana desde los excluidos, desde abajo, a contrapelo. Hacer teología es hacer una hermenéutica de la esperanza, comprender los motivos para permanecer en la esperanza. Es una opción evangélica.
- Evangelización. Hay una insistencia desde las conferencias episcopales anteriores: la promoción social y la búsqueda de la justicia como parte esencial de la evangelización . Estar comprometido con el pobre significa ser “amigo de los pobres” (no con un concepto, sino con personas concretas), estar cerca del sufrimiento cotidiano. En el 176 Aparecida habla del flagelo de la pobreza, “…tiene diversas expresiones, la parroquia debe llegar a ser una buena samaritana, no puede ser ajena a los grandes sufrimientos que vive la mayoría de nuestra gente y que, con mucha frecuencia son pobrezas escondidas”. Es aquí donde la amistad entra como base de la igualdad. El pobre no es inferior (Ya no los llamo siervos, sino amigos…).
- Las causas de la pobreza: anteriormente era considerada un estado natural, al pobre se le pedía humildad para recibir la ayuda de manera asistencial, más no se cuestionaban las causas de la pobreza. El planteamiento de las causas es relativamente nuevo: causas sociales, estructurales, mentales.
- Leer la realidad también trae como consecuencia la consideración de los excluidos: los afrodescendientes, indígenas, mujeres, que en su resurgimiento se les ve como un kairos. El continente latinoamericano es un continente de todas las sangres.
- El sentido de la vida. Hay todo un reto frente a lo que se le ha llamado el “amor liquido”, la falta de compromiso permanente…,

Sorpresa Aparecida. Creo que a lo que ha llegado Aparecida es a la vida de la Iglesia Latinoamericana. No se puede hablar de liderazgos netos, que hayan hecho consensos. Sin embargo es interesante ver que la mayoría de los obispos se inclinaron por la línea del contenido.
La vida cotidiana de la gente, los compromisos, los santos y santas no canonizados …, está ahí como una riqueza que fue acogida por la conferencia.

COMENTARIOS Y PREGUNTAS:
El discurso inaugural del Papa en Aparecida ha sido el mejor, en comparación a las conferencias anteriores.
Es difícil comparar los textos que se han dado en contextos diferentes. Por ejemplo el discurso de Juan Pablo II en Puebla tiene cosas restrictivas. Y el de Santo Domingo, no fue muy lejos, no fue malo, más no hubo gran cosa. Mientras el de Aparecida coloca algunas cosas interesantes:
- La O. P. Es esencial en la fe cristológica.
- La iglesia es defensora de la causa de los pobres.
- La Espiritualidad no es una fuga del mundo, intimista.
- El Hijo de Dios se hizo historia y cultura.

Desde el documento de preparación no era tan previsible que saliera este texto. Hubo una sorpresa.
Gustavo Gutiérrez (GG): Si tomamos los otros documentos preparatorios de Puebla, Santo Domingo, igualmente, son documentos que en lo general no incide de gran manera en el documento final. Hubo una petición de los episcopados para recuperar el método, lo interesante es que el documento final fue votado por la mayoría y aprobado.

Señalamos la importancia de la Opción Preferencial por el Pobre, se enraiza en Jesucristo, esto es muy claro en el Prado. Pero somos también atentos a la pobreza de Jesucristo, usted puede decirnos alguna palabra sobre el Cristo pobre y la pobreza de Dios (30 de Aparecida).
Hay una discusión de que Cristo fue hijo de carpintero…, pero lo que es clarísimo es que es solidario con los pobres. De hecho es una persona reconocida (hay quienes lo llaman Rabí), pero con una vivencia de confianza, compromiso con las causas de los pobres. La pobreza de Jesús es una pobreza de solidaridad. El defendió a los más pobres, cuando curaba –señales de vida-, que no solamente era sanarles el cuerpo físico, sino incorporarlos al cuerpo social. Jesús asume la pobreza como compromiso. Los pobres también deben hacer una opción preferencial por el pobre (hay pobres que hacen opción por los ricos, que pisan a sus hermanos para subir, el color de la piel, su condición cultural…). Los pobres que se comprometen pagan también el precio de anunciar el Reino (Ellacuría).

A: Estamos en un continente alegre, como llevar la cuestión de la opción por los pobres, también a la liturgia, cómo expresarla.
GG: no creo que haya una cuestión explícita al respecto, pero la alegría es algo que debe expresarse, en la Biblia aparece muy clara –alegría mesiánica, alegría pascual-. La celebración no puede ser distante de la vida cotidiana de quienes celebran. La celebración no puede ser paréntesis de la vida, acogiendo el momento difícil y ahí expresar la alegría, incluso el humor. Hay un sacramento para recuperar la gracia, más no hay sacramento para recuperar el humor. No tomarte demasiado serio. La alegría es una cosa mucho más profunda, sin alegría no hay evangelización, que es compartir la experiencia de saber que Dios nos ama, nos amó primero, antes de que respondiéramos. Esa es la fuente de la alegría, no es fácil. Es una manera de pensar el sufrimiento que no se contradice con la alegría.


Para aprovechar el documento:
GG: Aprovechar el texto, Aparecida es mejor que Puebla respecto a algunos asuntos que se tratan. Si un quiere hablar con justicia sobre el texto, es resaltar lo fundamental, respetado el texto, no olvidar los textos fundamentales del Vaticano II. Está en condiciones de apoyar muy fuertemente el compromiso con los pobres. Lo que se dice localmente, fiel al Evangelio, es un reto, que igualmente vale para otros.

A: Recuperación del método:
GG: Hay que ver la hondura del método, interpretar los signos de los tiempos. Trabajado por Cardjin, como método de la JOC y profundizado teológicamente por Chenau, que reconoció en este el tomar en serio la encarnación. Cuando eliminaron el método en Santo Domingo, argumentaron que era meramente sociológico, pero olvidaron que el ver era una lectura desde la fe.
El método no es solo para el documento, para conferencias, sino para la vida cotidiana, donde se da la revisión de vida. Juan XXII, retoma el concepto de “los signos de los tiempos” y es colocado en G. S. Invitando a hacer una lectura creyente de la realidad.
El método no es un esquema programático, sino un ritmo, una manera de ver desde la fe las cosas. La homilía es un espacio donde podemos poner el texto en relación con la realidad y obtener algunas pistas de acción (el caso de las homilías de Romero).
El método no es algo mecánico de tres momentos, en la vida es un estilo flexible.

Hay ciertos números son muy interesantes, expresados en un lenguaje del Vaticano II, para sacarles provecho hay que leerlos bajo ciertas claves o ángulos de mirada: la opción por los pobres. Hay que tomar las líneas fuerza del texto.

La opción preferencial por le pobre, hay trece menciones, unas cuantas más aparece como opción por el pobre y otras aparece bajo sinónimos –preocupación….-

El que Jesús fuera Nazareno, fue una manera de decir que era Galileo, a diferencia de ser Judío (de Judea). Esto tiene una connotación especial, pertenecer a una región despreciada, por su relación con provincias paganas, viven una religiosidad menos pura…; hay una teología en la geografía de los evangelios. Ejemplo el reconocimiento de Jesús (confesión de Pedro) se dio de camino a tierra pagana, es una manera de decir que Jesús vino para el mundo entero, no solo para el mundo judío. La multiplicación de los panes, una es en tierra santa otra en tierra pagana, el milagro de compartir se debe dar con el mundo entero.

La opción por el pobre no es porque lo merezcan humanamente, no todos los pobres son moralmente buenos, son seres humanos. Es la condición de pobreza lo que motiva la opción, Dios los elige porque son pobres, no porque son buenos, es por gratuidad.


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INTERVENCIÓN DEL P. ROBERT DAVIAUD:


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Un primer llamado en calidad de responsable general del Prado: estoy muy contento de haber participado en esta Asamblea. Sentir o percibir que es lo que sucede en América Latina: las sociedades están en movimiento, para el bien o para el mal. La búsqueda del Prado y de los Episcopados de América Latina son comunes, por lo tanto estamos viviendo un momento favorable. Es una alegría que al mismo tiempo nos compromete mucho. Al escucharnos he estado invocando a los amigos del Prado en África, sobre todo en donde hay violencia. El texto de Aparecida está muy bien para América Latina, y me pregunto ¿no habrá también ahí algunos llamados para la iglesia universal?, ¿cómo esto que se reflexiona puede ser un aporte para la iglesia universal? Desde el Consejo General, esto habría que socializarlo con otros Prados, ya que es muy válido, sería un llamado a la comunión en la diversidad.

El otro asunto es que estamos en un tiempo favorable y al mismo tiempo hay urgencias para el Prado Latinoamericano, existe el peligro de un envejecimiento. Es un desafío para nosotros para reunir a seminaristas y sacerdote jóvenes, no solo por agrandar la estructura, sino para comunicar la gracia del Prado a nuestras iglesias particulares. Tenemos algo positivo, que hay vocaciones, mientras que en otros países esto ya es una preocupación, ¿cómo permitir que logren las vocaciones sacerdotales hoy en América Latina, acoger la gracia del Prado?

Distinguir quienes están en etapa de acogida y quienes en primera formación. Hay el desafío de los sacerdotes que están entre los 45 – 50 años tomen la formación y la animación. Lo que estamos viviendo esta mañana. Que esté claro que el consejo general está a nuestro servicio, que a los prados no les quepa la menor duda al solicitar algún servicio. En el mes de febrero se tendrá reunión con el nuevo consejo del equipo general. Será el momento en que se seleccionarán las grandes líneas para los años que vienen, dentro de lo que los miembros de la asamblea general solicitaron.
¿Conviene continuar con sesiones cada dos años como hasta ahora?, ¿o más bien optar por reuniones regionales? Hay muchas pequeñas cosas en el prado que no se pueden abordar fácilmente en encuentros regionales. Tenemos que tratar el tema del consejo ampliado.

Otro asunto: el año internacional. Es algo positivo, habría que continuar con la realización cada dos años. Es interesante que sacerdotes de distintos países y continentes puedan hacerlo juntos. Va comenzar en septiembre de 2008 un año internacional, será animado por José Aristeu y Juan Olloqui. Los dos ya hicieron el año pradosiano. Hay la posibilidad de que participen uno o dos mexicanos, uno de Brasil, uno de Corea del Sur, dos franceses y quizá uno de Madagascar y un Congolés.
El año pradosiano está abierto a todos los pradosianos, tienen la posibilidad (está en las constituciones). Es importante organizar a los pradosianos por países o región para que no haya la dificultad de las lenguas. Desde el consejo general se promueve que haya años pradosianos en distintas partes del mundo. Todo pradosiano con compromiso puede pedir hacer el año pradosiano. El año pradosiano internacional es un tanto distinto, en el sentido que el consejo general invita a hacer ese año a partir de propuestas de los diferentes prados. Hacer un año pradosiano nos sirve a nivel personal, pero también sirve al Prado internacional. Con frecuencia los que han hecho el año pradosiano asumen responsabilidades en su país.

El seminario del Prado en Limonest, un lugar precioso para nuestra familia porque nos recuerda cuales son las dos dimensiones del carisma del Prado: el trabajar con los pobres y formar apóstoles para los pobres, sobre todo presbíteros. Se trata de un seminario internacional que no depende de la conferencia episcopal francesa, sino de Roma, lo cual nos da prácticamente una gran libertad. Aunque tratamos de situarnos en coherencia con los seminarios de Francia. El año pasado se escribió un pequeño fascículo el cual viene siendo como una especie de carta del seminario.
La capacidad del seminario es para 25 – 25, la mayoría de los sacerdotes son formados en sus diócesis. La mitad de los seminaristas son franceses y los demás del resto del mundo: Haiti, Corea del Sur, Madagascar, Vietnam, el Congo, la isla de la Reunión (sur de África). Para el consejo hay una doble preocupación: como formar el equipo de formadores, eso significa que hay que solicitar a los obispos que faciliten a los pradosianos de sus diócesis para esto el 80% no aceptan, ya que los necesitan en sus propias diócesis. Hay unos 30 sacerdotes incardinados al Prado, los que dependen del responsable general. Esta comunidad tiene como objetivo ayudar en las tareas de formación, tanto del Prado como la formación del seminario mismo, para poder servir en misiones especiales (la misión en Argelia), donde es difícil enviar sacerdotes a las iglesias diocesanas. No tenemos ya más reservas, lo cual me preocupa para el futuro. La primera preocupación es encontrar formadores y seminaristas. Esto depende de todos los pradosianos, cómo hacer sobrevivir ese seminario. Actualmente ya no dependen de Francia, es el conjunto de todos los pradosianos que deben colaborar es este sentido.
Las estructuras que son propias del Prado, son el seminario en Limonest, la casa central, y la parroquia en Roma, que tiene por finalidad acompañar a la comunidad cristiana, y también, acompañar a los sacerdotes que van a estudiar en Roma y algo simbólico para la familia del Prado. El Padre Chevrier envió a algunos diáconos a formarse en Roma. Es importante para nosotros el enraizamiento en la diócesis y al mismo tiempo el sentido de catolicidad. Están dos sacerdotes latinoamericanos y un africano.


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ASAMBLEA LATINOAMERICANA DEL PRADO Lima, Perú. 7- 16 de Enero 2008.
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TEMA: Animados por el Espíritu Santo,
ir a los pobres para ser con ellos discípulos en misión.

PARTICIPANTES:
29 praosianos delegados de Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, Caribe, Brasil y México. Estuvo presente el Responsable General Robert Daviaud y José Aristeu, asistente.

DESARROLLO:
Con la metodología del Ver, Juzgar, Actuar, se llevó a cabo el desarrollo de la Asamblea, enmarcado y animado este encuentro también por el clima de oración y estudio de Evangelio. Los trabajos fueron enriquecidos con el testimonio y la reflexión de los sacerdotes Marco Anotnio Arana, quien nos habló de la problemática ambiental en el Perú, así como las alternativas que se están desarrollando para enfrentarla. También estuvo presente el P. Pedro Huges, quien nos habló sobre la preparación de la Asamblea de Aparecida. El P. Gustavo Gutiérrez participó en el momento de la iluminación con el tema de la opción preferencial por los pobres en la tradición teológica latinoamericana. Así mismo nos acompañó con el testimonio de su diocesis Mons. Pedro Barreto S.J., arzobispo de Huancayo, compatrir la Eucaristía y algunos elementos sobre su praticipación en la Asamblea de Aparecida.


I. VER:
Iniciamos con el compartir de los análisis de la realidad expuestos por cada delegación participante. En mesas de trabajo se reflexionó sobre las constantes o elementos comúnes en América Latina: signos de muerte y de vida, así como las convicciones a las que nos sentimos llamados a cultivar.
Estamos ante una realidad marcada profundamente por la pobreza y la exclusión, con nuevos y diversos rostros, ante lo cual la opción por los pobres cobra vigencia y nos urge clarificar eclesialmente su sentido y caminos para vivenciarla. Supone esto una permanente apertura a través del análisis y sobre todo por la amistad con los pobres, como una muestra de fidelidad al Espíritu que nos llama desde los signos de los tiempos.

II. JUZGAR:
Teniendo presente el complejo panorama de las realidades en las que estamos inmersos, dimos acogida a las convicciones de la Asamblea de Lyon 2007, a las conclusiones vertidas por el documento de Aparecida y a los llamados del Evangelio para buscar en ellos posibles trazos que nos ayudarán a ir haciendo camino en los siguientes años. Descubrimos en los llamados que nos hacen una buena sintonía para cultivar la gracia del Prado mediante el ejercicio de nuestro ministerio en América Latina.

III. ACTUAR
Con el compromiso de impulsar la creativa acogida de las convicciones y llamados tanto de la Asamblea de Lyon como los de Aparecida, trabajamos por países para hacer un breve análisis de lo que cada uno puede ofrecer, así como las diversas necesidades en las que se encuentra para con ello elaborar un plan de acompañamiento y solidaridad en los servicios.
Posteriormente pasamos a la asignación de los nuevos delegados de cada país para constituir el comité Latinoamericano del Prado.


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CARTA A NUESTROS HERMANOS PRADOSIANOS DE
AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE.

Saludo.

Con el tema: “Animados por el Espíritu Santo, ir a los pobres para ser con ellos discípulos en misión”, se llevó a cabo la Asamblea latinoamericana, del 7 al 16 de enero del 2008, en Lima, Perú. Estuvimos presentes 29 pradosianos de diferentes países: Uruguay, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, el Caribe, Brasil y México. Estuvieron, también, entre nosotros Robert Daviaud, Responsable General del Prado y José Aristeu, Asistente del mismo. El clima de amistad que ha prevalecido en el encuentro, ha sido una muestra de que es el Espíritu el que nos ha convocado y hecho encontrar. Nuestro agradecimiento a los hermanos de Perú que han sido buenos ministros de la hospitalidad de Dios y de los pobres. Resonaron en nuestro encuentro tanto las convicciones de la Asamblea de Lyon 2007, como las conclusiones de nuestros obispos en Aparecida. Reconocimos que los llamados de nuestros pastores son una gran oportunidad para la gracia del Prado en América Latina. El tema del discipulado nos resulta sumamente familiar, así como su consecuente misión en medio de los pobres. Agradecíamos profundamente a Dios este nuevo Pentecostés para la Iglesia de América Latina, que busca renovarse en su misión, desde el Evangelio y la opción preferencial por los pobres.
Muy significativas e iluminadoras fueron las visitas de: El P. Marco Arana, que nos compartió sobre su trabajo pastoral en torno al problema de la contaminación provocada por la explotación minera en Cajamarca (Perú). El P. Pedro Hughes nos habló sobre la preparación del documento de Aparecida y resaltó sus aportes y vacíos. El P. Gustavo Gutiérrez, nos clarificó la opción preferencial por los pobres desde las Conferencias latinoamericanas y especialmente el aporte de Aparecida. También compartió con nosotros Mons. Pedro Barreto S.J., arzobispo de Huancayo, la celebración eucarística y su experiencia del encuentro en Aparecida.

La Palabra de Dios, estudiada al inicio de cada jornada y la Eucaristía al final, fueron el alma de nuestro encuentro. El Evangelio de san Lucas (cap. 9-10), estudiado con el corazón, iluminó el caminar de estos días. El camino del discípulo y del apóstol trazado por Antonio Chevrier, en el trasfondo del cuadro de saint Fons , acompañó nuestra oración y reflexión.

1. Realidad de nuestros pueblos.

Comenzamos nuestra Asamblea cultivando la mirada creyente sobre la vida nuestra y la de nuestros países. Nuestro análisis de la realidad trató de entrar en comunión con el corazón de Dios, que contempla creativamente a la humanidad. La mirada de Dios no simplemente conoce, sino que impregna de vida, es comprometida y creadora. Por ello pudimos admirar el intenso trabajo del Espíritu en el corazón de las personas, los procesos y las estructuras:

La insultante concentración de bienes en pocas manos frente a la miseria de muchos, es decir, crecimiento económico con desigualdades que genera sobrantes, excluidos y desechables.
La idolatría del poder por parte de algunos dirigentes que les hace olvidarse de la promoción humana y la calidad de vida de sus pueblos.
La explotación irracional de los recursos naturales que genera: desarraigo, contaminación, muerte y graves problemas ecológicos.
Narcotráfico: producción, tráfico y consumo de drogas, que descompone el tejido social, genera prácticas de violencia y graves violaciones de derechos humano. Y en relación a esto está la presencia de la guerrilla en algunos países.
El comercio religioso: que lucra con la necesidad espiritual de nuestra gente.
La falta de comunión eclesial en algunos niveles.
La desintegración de las familias, muy afectada por las migraciones, entre otros problemas.
Fue unánime la interpretación de que la V Conferencia del CELAM es una luz esperanzadora y aliento para una audaz evangelización.
Nos alegramos por los procesos democráticos que se van gestando en nuestros países, a pesar de que esto no se ha traducido en grandes cambios estructurales para muchos de ellos, al menos los necesarios para ser dueños de su propio destino. Sin embargo, se va construyendo una dinámica de mayor participación de la ciudadanía, que va buscando caminos para asumir su propia responsabilidad en la construcción del bien común, y va haciendo oír su voz en la toma de decisiones.
Va en aumento la conciencia ecológica frente a la amenaza del rompimiento cada vez más profundo del equilibrio de la naturaleza, reflejada en los cambios climáticos y en los desastres naturales.
La cultura de los pobres va echando raíces cada vez más hondas, tanto en los ámbitos civiles como eclesiales. Muchas iniciativas en relación a la cultura, la economía, la salud, van encaminadas a la promoción humana. En la Iglesia sigue estando viva la tradición de la opción preferencial por los pobres, con su rica variedad de formas de llevarla a cabo. Más aún, pareciera que actualmente sale de ciertas catacumbas.
Constatamos que el Prado va adquiriendo, poco a poco, una presencia significativa en nuestras diócesis. Su aporte se deja sentir en procesos pastorales serios, en la formación de laicos, seminaristas y sacerdotes. El camino del verdadero discípulo trazado en el Prado es una forma excepcional de concretizar la Iniciación cristiana y la catequesis, que tanto preocupa hoy a la Iglesia. La contemplación de la misión de Jesús desde su pobreza pone las bases para el cultivo de una espiritualidad que inspire un auténtico servicio a los pobres.

2. Animados por el ministerio del Espíritu.
Después de haber mirado la realidad de nuestros países e Iglesias locales, nos dejamos iluminar por Palabra de Dios, la Asamblea de Lyon y el documento de Aparecida.

El Evangelio de Lucas en los capítulos 9-10, nos presentó la fuente de nuestra participación en el ministerio del Espíritu: Hemos sido convocados por él en torno a Jesucristo. La llamada entraña en sí misma tanto el discipulado como la misión. Apenas son llamados los discípulos se les confía la misión de predicar y curar. Pero inmediatamente después de la misión son puestos por Jesús en el camino más explícito del discipulado. Un discipulado que parece comenzar siempre de nuevo. Los discípulos son sorprendidos continuamente y denunciados en sus propios proyectos. Frente a la generosidad radical de la misión de Jesús, siempre se van a sentir necesitados de la conversión. Sin embargo, a pesar de la incapacidad de los discípulos para comulgar plenamente con el estilo de vida de Jesús, éste no renuncia a continuar enviándolos y a alegrarse por lo que el Espíritu hace en ellos (Lc. 10, 21-24). En la oración, Jesucristo, enseñará a sus discípulos a reconocer el ministerio del Espíritu en medio de los pobres: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has mostrado a los sencillos las cosas que escondiste a los sabios y entendidos” (Lc. 10,21)

La Asamblea de Lyon y el documento de Aparecida arrojan luz sobre el misterio de la vocación y la misión para ayudarnos a reconocer lo que Dios ha hecho con nosotros y la tarea que nos acarrea.
El Espíritu que nos anima es el mismo que ha estado trabajando siempre para poner en camino a tantos servidores de la libertad y la justicia en medio de su pueblo. Sin embargo la plena creatividad y profundidad del Espíritu se ha manifestado en Jesucristo. “El Espíritu forma a Jesucristo en María. Le hace nacer pobre, abrazando la condición de los pobres, primeros destinatarios de la Buena Noticia (Lc. 2,8-24)” (Asamblea de Lyon). A partir de esto, los pobres encuentran su puesto en la creación y en la comunidad de discípulos. El Espíritu Santo inserta a los hombres y en particular a los pobres en el Cuerpo del Resucitado, convirtiéndolos así, en sujetos y actores de la evangelización. Ellos son los depositarios de la humanidad nueva en Cristo. Somos invitados a colaborar con el trabajo que el Espíritu hace en ellos. Como carisma eclesial, el Prado quiere agudizar la mirada y el corazón para reconocer, como Jesús, los movimientos del Espíritu a favor de la dignidad humana, y animar a otros a estar a la escucha.
Aparecida presenta la necesidad urgente de revitalizar el discipulado-misionero, frente al peligro que corre “el rico tesoro del Continente Americano, de perder su patrimonio más valioso que es su fe en Dios Amor (D.Ap. 13). La recuperación del método Ver-Juzgar-Actuar, pone a nuestros pastores frente a las luces y sombras de nuestro tiempo. Nos invitan a no dejarnos desconcertar por los grandes cambios que se experimentan (D.Ap. 20). La realidad de una cultura que se construye sin Dios o incluso contra Dios, afecta negativamente a los más pobres. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y opresión, sino de algo nuevo: la exclusión social (D.Ap 65 y 402). Los excluidos no son solamente “explotados”, sino “sobrantes” y “desechables”. Además de esto están las pobrezas escondidas (D.Ap. 176). Frente a esta realidad, nuestros obispos, nos apremian a buscar juntos una renovación de la acción pastoral con sentido integral. Nos recuerdan que la opción por los pobres es inherente a la fe y misión de la Iglesia. Esta opción nace de nuestra fe en Jesucristo, el Dios hecho hombre y hermano nuestro. (Hb. 2, 11-12). Ella, sin embargo no es exclusiva, ni excluyente (D.Ap. 392).

3. Llamados y compromisos.
Los acontecimientos de la Asamblea general del Prado 2007 y el encuentro de Aparecida, constituyen un Kayros para el Prado latinoamericano y caribeño. Sentimos un llamado urgente a profundizar nuestra espiritualidad para ser “Apóstoles pobres para los pobres”. Por ello:
1. Acogemos los llamados y recomendaciones que nos hizo la Asamblea general del Prado para los próximos seis años (Estudio de evangelio, Hacer el catecismo, Castidad y Pastoral vocacional).
2. Nos sentimos comprometidos a profundizar nuestra vocación pradosiana desde el documento de Aparecida.
3. Acompañaremos procesos liberadores, como buenos Samaritanos, en actitud de amistad, para revitalizar la evangelización de los pobres.
4. Nos ayudaremos, entre sacerdotes, a integrar la afectividad y la misión (relación familiar, enamoramientos, relaciones con el obispo, cambios de destino pastoral, relación con la comunidad).
5. Haremos discernimiento sobre la vida austera y medios pobres en función de la misión.
Despedida.

Dios nos guarde en la escucha atenta de su Evangelio, en la solicitud por los pobres y en nuestra fraternidad sacerdotal. María, el rostro que dignifica a la mujer y Estrella de la Evangelización interceda por nosotros para con renovada vitalidad instauremos el Reino de su Hijo Jesucristo en el continente de la alegría y de la esperanza.

A 16 de enero del 2008
Lima, Perú.

Atte.

Asamblea Latinoamericana y del Caribe.


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lunes, octubre 23, 2006

LECTURAS QUE DEFORMAN LA PALABRA DE DIOS

Les compartimos el siguiente trabajo de María Boiocchi sobre las lecturas de la Biblia que pueden hacernos entrar en una dinámica distinta a la del Reino.

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